Una de las características de aquellos que padecen el síndrome de Diógenes es la acumulación de grandes cantidades de objetos inútiles que gradualmente van ocupando todo su espacio vital y desalojándolos de la realidad.
En los últimos años, han proliferado innumerables recursos, tanto digitales como en otros
soportes, para “ayudar” a los alumnos en la adquisición de contenidos y en la
subsanación de sus dificultades. Esta propagación pudiera parecer que va a
reforzar los aprendizajes, mejorar la
enseñanza y facilitar las dinámicas de las aulas. No lo creo. La mayor parte de estos materiales
no dejan der ser más de lo mismo: una suerte de ejercicios y ejercitaciones
repetitivos que, en buena medida y en el mejor de los casos, no ofrecen más que
ligeras variaciones en los temas y unos dibujos y colores llamativos. El
profesor les presenta estos materiales a sus alumnos para reforzarlos o para
entretenerlos, organiza su práctica
contando con ellos y descansa en ellos. Como el Diógenes del síndrome (no desde luego el
de Sínope), se convierte entonces en un
acaparador de los recursos que despliega con la mejor de las intenciones, pero
con no tan buen resultado como cabría esperar.
Tantos materiales son inútiles, conducen al alumno a la saturación y al profesor, por un lado, a una
compulsión acumulativa y, por otro lado, a una cierta tranquilidad de
conciencia porque cree que está trayendo
a su aula actividades tan variadas como
atractivas, considerándose, además, fiel
seguidor y hasta impulsor de las innovaciones metodológicas. Se siente cómodo y a la vanguardia.
En mi opinión, una vez más se yerra el tiro. No es con la
sobreabundancia de actividades ni con la sobreexposición al mismo contenido
como se resuelven las dificultades de los
procesos de enseñanza-aprendizaje en las aulas.
Esos materiales no trabajan la cognición de los alumnos, ni las
variables del procesamiento de información, ni las fases del acto mental. La
mayor parte de ellos son parciales, bisoños, mediocres, machacones y monótonos.
Para mí, los objetivos de aprendizaje han de ser pocos (yo simplificaría
los diseños curriculares, hasta dejarlos como sílfides) y acordes con materiales básicos, de número
limitado, bien estructurados y de complejidad creciente para adaptarse a los
diferentes ritmos de ejecución y de capacidad de los alumnos. Lo demás sobra.
Los tiempos de la educación deben estar dedicados a algo más
que a cubrir fichas y a pulsar con el ratón la tecla de la respuesta correcta.
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