sábado, 30 de mayo de 2015

La Sra. L´Ecuyer y los amish

El asombro

El libro de la Sra. L´Ecuyer “Educar en el asombro” en el que predica su visión sobre los problemas de la educación actual es el producto típico de una profana, con una serie de  intereses detrás que se encargan de promocionarla como  mensajera de unas ideas que, al parecer, nuestra administración educativa hace suyas.  
 
Se entiende que es profana porque carece de formación y de experiencia en la materia. Aún llamándose o llamándola investigadora educativa, apenas consigue disimular  la endeblez de sus  opiniones, la total ausencia de evidencia experimental ni la ideologización  de sus propuestas. Es simplemente una opinadora profesional.
 
 
A la vista de tales hallazgos inconmensurables, caben dos posibilidades: o bien la Sra. L´Ecuyer desconoce completamente el más leve indicio de investigación sobre los procesos de enseñanza-aprendizaje o bien alguien debería comunicarle con urgencia que ya se han inventado la imprenta, la brújula, el pos-it, el velcro y la aspirina…por si estuviera proyectando inventarlos para el bien de toda la humanidad.
 
La batalla que ha emprendido, que ella agrupa bajo el epígrafe de “educar en el asombro”, la libra contra la estimulación cognitiva,  las nuevas tecnologías, contra los deberes, la escolarización a los tres años, la innovación, el esfuerzo, contra lo que ella entiende por conductismo (¿?)…

Tanta lucha cruenta esconde que lo que en realidad aquí se combate es la razón. No ciertamente, a tenor de lo que veremos,  esa razón que tiene en su horizonte a Dios, sino la otra, la razón de la filosofía y de la Ilustración, la razón de nuestras escuelas, esa que no parece ser del gusto de la Sra. L´Ecuyer. 
 
«Matar la imaginación, el asombro y la creatividad de un niño para inculcarle cuanto antes y contra su naturaleza una actitud razonable es típico de una sociedad fría, cínica y calculadora». (Camino Católico, 12 deenero de 2013).

En el fondo, la Sra. L´Ecuyer se comporta como una iluminada. Un iluminado es aquel que no posee ciencia, pero hace gala de una sabiduría que le viene de cualquier  ente o poder más allá de lo humano. Un iluminado es un inspirado. Y la Sra. L´Ecuyer responde a este perfil cuando en treinta palabras consigue dar no sólo con la causa de que los niños no se esfuercen por aprender, sino  también con la solución: recuperar el asombro  en el proceso educativo (sic).  Ese es su leitmotiv.

Pero este asombro no es el que describe Platón en La República, el asombro del hombre ante la luz cuando sale de la caverna ni ese asombro de Aristóteles que hace nacer la sabiduría ni  tampoco el asombro de Heidegger, un asombro que sostiene y domina el pensamiento.  Ella se siente más próxima a Tomás de Aquino. Habría que matizarle que aunque Tomás de Aquino habla de la sed de conocimiento, el concepto de asombro pertenece a la filosofía griega; una vez más, el de Aquino no es otra cosa que un exégeta cristianizador de la obra de Aristóteles. Esta sed de conocimiento en Tomás de Aquino, que tanto fascina a la Sra.  L´Ecuyer,  empieza y termina en Dios. Cabe preguntarse si en esto consiste su propuesta educativa, en que nuestros alumnos se asombren ante el mundo real, ese mundo creado por Dios, para conocer así la verdad de las respuestas divinas.
Ese asombro que tanto halaga la Sra.   L´Ecuyer no es el de los griegos, el de la razón, sino el de los escolásticos y sus herederos: «Sin el asombro, el hombre caería en la repetitividad y, poco a poco, sería incapaz de vivir una existencia verdaderamente personal». Juan Pablo II.

¿No resultan inquietantes estos principios utilizados por la administración educativa como  elementos destacados en la formación de los profesores?


Pero, ¿ante qué deben asombrarse nuestros alumnos? Para la Sra. L´Ecuyer, el objeto de su asombro tiene que estar prefijado, porque el asombro solamente debe suscitarse por causas bien tasadas. De no ser así,  según ella, corremos el riesgo de que nuestros alumnos se “enamoren de la irrelevancia” (ABC. 15 de abril de 2015). Este enamoramiento de la irrelevancia es una pretenciosa etiqueta para referirse a la exposición a un exceso de información supuestamente “irrelevante” que generaría un déficit de pensamiento y convertiría a nuestros alumnos en candidatos a la manipulación ideológica.
Consecuentemente la pregunta clave es ¿quién decide lo que es o no irrelevante? ¿Los censores, la iglesia, un comité de sabios, el poder económico... ?



Es evidente que la Sra.  L´Ecuyer no es partidaria de la exposición de los individuos a la información (es decir, a aquella información que sea adecuada a su nivel de maduración, en el caso de nuestros alumnos). Lo curioso es que no  mencione ni una sola palabra sobre  las cuestiones claves referidas a la información. Cuando lo determinante no es la cantidad de información a la que están expuestos los alumnos, lo determinante reside en la enseñanza de estrategias de selección, interpretación y elaboración de esa información. Sin embargo, la Sra. L´Ecuyer corta por lo sano y cercena la exposición a la información, defendiendo  una información controlada, dosificada y censurada. Habría que decirle que uno de los puntos neurálgicos de la educación actual ha de ser enseñar a  gestionar eficazmente la información, pero para gestionarla hay que recibirla.

 

Cuanto más información posean nuestros alumnos, serán más libres, poseerán más sentido crítico y lograrán una mayor capacidad de pensamiento. ¿No debe ser ésta una meta fundamental  en nuestras aulas?
 

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